La fidelidad de la paradoja


Alberto Gimeno.- Ahora que en la pantalla del ordenador, la tablet y el teléfono móvil podemos leer, a través de la red, toda la literatura –sea cual sea su género- de forma fragmentada a nuestro antojo y escindida de su fuente original, es cuando más se alcanza a apreciar la utilidad de un libro tangible en su propia fuente y formado exclusivamente por literatura fragmentaria. Esta podría ser la paradoja 112 de las 111 que integran La nada griega, del escritor y filósofo Miguel Catalán.

La mayor fidelidad al propósito de un libro que se quiere impulsor de la paradoja es que su contenido no se atenga en exclusiva a ella. De este modo, encontraremos en su reducida extensión (apenas 62 páginas) todo un amplio despliegue de incursiones contra la pasividad receptiva del lector. Valiéndose de su dominio de las variantes del párrafo autosuficiente (aforismos, proverbios, epigramas, retruécanos, greguerías, microrrelatos, reflexiones sucintas, apuntes revisados del natural, de la historia o de pensamientos históricamente celebrados), Miguel Catalán nos invita, con sus composiciones breves aleatoriamente combinadas en lo temático y temporal, a un peregrinaje sin desmayo, y nada fatigoso, por nuestra vía intelectiva: “El panteísmo como difuminación de Dios”, leemos en su paradoja 81. O “No sé por qué decimos que vemos visiones cuando no vemos nada visible (87). “En su implacable avance, la ciencia reemplaza unos enigmas simples por otros más complejos” (29); “De joven quería comerme el mundo. No sé qué me había llevado a suponer que estaba lleno” (55). O este poema que surge acaso sin voluntad de serlo: “Con la llegada de la primavera, los cipreses vuelven a oler a cementerio” (10).

La paradoja no es sólo un recurso científico y filosófico para estimular la investigación o la reflexión, sino, de acuerdo con su etimología latina –y este libro se encarga de ponerlo de relieve- es un método literario muy eficaz para desenmascarar las falacias del lugar común e, incluso, para poner evidencia el prestigio de la razón, siempre presta a iluminar la verdad que más nos conviene.

A decir de Fernando Pessoa: “una paradoja tiene valor sólo cuando no lo es”. Y, por la misma razón -paradójica-, cualquier fórmula de saludo o cortesía, sólo adquiere pertinencia como tal cuando el destinatario se limita a ser un mero replicante automatizado de la frase convenida. Basta que nos detengamos unos segundos en la paradoja 5: “Cómo estresa que el presentador nos diga al despedir las noticias: Sean ustedes felices” para que reconstruyamos en nuestra mente la escena y, tras la serie de catástrofes engullidas por nuestra vista y oídos en el programa informativo, nos percatemos del cinismo tácito que queda en el aire tras las últimas palabras del presentador: “sean ustedes felices” (si son capaces, claro, después de estas noticias).

Basta con que no caigamos en la taxinomia simplista de los géneros o modelos literarios preestablecidos para poder disfrutar de este mosaico de textos divergentes, bienhumorados algunos, desoladores otros; propensos al vuelo filosófico a veces y llevándonos al choque inmediato con la realidad en el espacio siguiente; surgidos tras la estela siempre revisable de los clásicos o apostados con la oreja atenta al mismo pie de playa: “¡Jessica!: como te ahogues, te mato” (34).

Hay, pues, en La nada griega lo más apetecible del saber: su variedad y calado en dosis y formato que permiten su inmediato acceso portátil sin ningún lastre que interfiera; ventaja nada despreciable para el lector de hoy, rodeado de tantos obstáculos para proseguir la lectura que pretende. Sí: el formato de papel también se puede defender por la red. ¡La paradoja nos asista!

Miguel Catalán, La nada griega. Sequitur, Madrid, 2013.





NEILA Y LA ESCRITURA FRAGMENTARIA

Pensamientos de intemperie constituye una excelente ocasión para constatar que el género aforístico en España está en buenas manos, y se encuentra muy lejos de ceder a los cantos de sirena de la facilidad y el ingenio barato, proporcionándonos por el contrario numerosas ocasiones para el deleite intelectual, estético y moral. No en vano, este libro no ha sido escrito en un rapto de la inspiración momentánea, sino que es una amplia y cuidadosa selección de los cuadernos que, durante años, ha ido escribiendo Neila, poseedor de un dominio de la técnica fragmentaria y profundor conocedor del género. El resultado debe calificarse de un completo acierto. LEER MÁS

ELOGIO DEL AFORISMO

Un aforismo puede ser una minúscula obra maestra. Cuando el humorista Lichtenberg apunta "Aquel hombre era tan inteligente que casi no servía para nada", hace una broma inolvidable. Al escribir el sutil Joubert "Cuando mis amigos son tuertos los miro de perfil", dice en pocas palabras algo admirable. El aforismo del cáustico Chamfort "Sé mi hermano o te mato", hace una crítica profunda a los excesos de la Revolución Francesa. Los aforismos en su brevedad demuestran la increíble fuerza de las palabras. LEER MÁS

MARZAL Y EL ECOSISTEMA DE LAS PARADOJAS

La arquitectura del aire (el primer libro de aforismos del poeta y narrador Carlos Marzal) está plagada de paradojas, al menos en apariencia. Puede que las tres cuartas partes de los aforismos contenidos en este libro sean paradójicos: retruécanos, juegos invertidos, afirmaciones que, al asomarse a su propio espejo, cambian de sentido... La técnica incluso se hace, por momentos, fatigosa, incurriendo en cierto automatismo, como el propio Marzal no puede dejar de constatar: "Si no es algo y su contrario, apenas me interesa". Claro que eso extraña muchos riesgos... LEER MÁS

BLANCHOT Y EL AFORISMO COMO ALIANZA

Según Blanchot, el aforismo obliga al lenguaje a traicionar la tiranía de la conciencia y a erigirse él mismo como objeto puro del pensamiento, como existencia autónoma de las palabras. Más aún: el aforismo conserva la fuerza esencial de la experiencia sólo porque suscita en las palabras un movimiento reflejo que, a su manera, rinde un homenaje (póstumo, eso sí) a la simultaneidad de esta experiencia. El aforismo no trata de traducir en palabras la experiencia, sino al contrario, pretende suscitar de las palabras una forma de vivencia original y, al mismo tiempo, absolutamente monstruosa: la de la catástrofe del lenguaje, el cual ha renunciado a dar cuenta del mundo y trata, a cambio, de construirlo (pieza a pieza) de nuevo. LEER MÁS

LANÚS, PORCHIA Y LA VERDAD DE LA ASTILLA

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FRAGMENTO VS. AFORISMO

El aforismo o el axioma defienden la inmediatez del objeto del conocimiento ante la conciencia (aunque su naturaleza sea oscura, como en Heráclito); la del fragmento establece una dificultad apriorística en la capacidad del sujeto por aprehender el objeto. La diferencia estriba en el verbo ser. Desde el punto de vista del conocimiento, el aforismo trata con la realidad de forma directa, conformando su idea previa de que existe un contacto inmediato entre el objeto de conocimiento y el sujeto que lo aprehende; mientras que el fragmento, indirecto, incompleto y dubitativo, oscila con respecto de la posición del sujeto ante su objeto. LEER MÁS