La literatura no suma: ataca


Álvaro Campos.- Horadar los cimientos de la cultura actual, decadente, ridiculizándola a cada momento. ¿Se puede derrumbar un puente de hierro fétido e inservible sólo meando en sus cimientos? No, pero uno se siente bien...

Un amigo un día me dijo: “la gente sólo quiere lo que suma”... Y es por esto que la buena literatura decae: hoy es el tiempo de la literatura que “suma”, que impulsa algo positivo en sus vidas, ya sea una buena dieta , un conocimiento técnico de cómo sobrevivir en un bosque, un mejoramiento de la vida sexual en el matrimonio, viajes mágicos con dragones que iluminan la imaginación del escolar, o una historia romántica para enfrentar un cáncer con esperanza.

La literatura verdadera no suma: horada, mea bajo los puentes, oxida. Leer los Zibaldone de Leopardi hace sudar; las Memorias del subsuelo de Dostoyevski aceleran el corazón (un día le pregunté a Armando Uribe sobre ese libro y él, muy amable y simpático, me respondió: “leí ese libro a los dieciséis años y no pude releerlo jamás“); Los siete locos de Roberto Arlt provoca una pequeña náusea; los diarios novelados de Mario Levrero dan una sensación de hormigueo en las piernas; una biografía de Kleist menoscaba el ánimo; Céline... para qué hablar. Y así, podríamos cansarnos de enumerar tanta decadencia.



Los jóvenes salvajes de Alemania de la época malinterpretaron a Werther, o lo entendieron demasiado bien: tras leerlo, se mataron en manadas. Hace poco se produjo un bonito e inútil debate académico que proponía la siguiente hipótesis: si Goethe hubiese sabido que, tras escribir Werther, cientos de jóvenes se suicidarían mímicamente por leer la obra, ¿hubiese evitado escribirla?

Y usted, ¿le dejaría leer a sus hijos esta literatura? No del tipo maldito, porque maldito no es una tipificación, porque toda literatura de peso es maldita en el sentido que socava con fuerza y dolor el mundo contemporáneo en el que surge... diga, ¿les dejaría?

En literatura nada suma ni mejora, todo hiere... y ataca.

¿Se puede detener a los Goethe actuales que anticipan los suicidios del futuro? Aún estamos a tiempo... Aunque quizás ya ni siquiera existan. Nadie se matará en adelante por un simple libro. Todo escrito se acomodará al mundo con exquisita ternura . Todo sumará...



NEILA Y LA ESCRITURA FRAGMENTARIA

Pensamientos de intemperie constituye una excelente ocasión para constatar que el género aforístico en España está en buenas manos, y se encuentra muy lejos de ceder a los cantos de sirena de la facilidad y el ingenio barato, proporcionándonos por el contrario numerosas ocasiones para el deleite intelectual, estético y moral. No en vano, este libro no ha sido escrito en un rapto de la inspiración momentánea, sino que es una amplia y cuidadosa selección de los cuadernos que, durante años, ha ido escribiendo Neila, poseedor de un dominio de la técnica fragmentaria y profundor conocedor del género. El resultado debe calificarse de un completo acierto. LEER MÁS

ELOGIO DEL AFORISMO

Un aforismo puede ser una minúscula obra maestra. Cuando el humorista Lichtenberg apunta "Aquel hombre era tan inteligente que casi no servía para nada", hace una broma inolvidable. Al escribir el sutil Joubert "Cuando mis amigos son tuertos los miro de perfil", dice en pocas palabras algo admirable. El aforismo del cáustico Chamfort "Sé mi hermano o te mato", hace una crítica profunda a los excesos de la Revolución Francesa. Los aforismos en su brevedad demuestran la increíble fuerza de las palabras. LEER MÁS

MARZAL Y EL ECOSISTEMA DE LAS PARADOJAS

La arquitectura del aire (el primer libro de aforismos del poeta y narrador Carlos Marzal) está plagada de paradojas, al menos en apariencia. Puede que las tres cuartas partes de los aforismos contenidos en este libro sean paradójicos: retruécanos, juegos invertidos, afirmaciones que, al asomarse a su propio espejo, cambian de sentido... La técnica incluso se hace, por momentos, fatigosa, incurriendo en cierto automatismo, como el propio Marzal no puede dejar de constatar: "Si no es algo y su contrario, apenas me interesa". Claro que eso extraña muchos riesgos... LEER MÁS

BLANCHOT Y EL AFORISMO COMO ALIANZA

Según Blanchot, el aforismo obliga al lenguaje a traicionar la tiranía de la conciencia y a erigirse él mismo como objeto puro del pensamiento, como existencia autónoma de las palabras. Más aún: el aforismo conserva la fuerza esencial de la experiencia sólo porque suscita en las palabras un movimiento reflejo que, a su manera, rinde un homenaje (póstumo, eso sí) a la simultaneidad de esta experiencia. El aforismo no trata de traducir en palabras la experiencia, sino al contrario, pretende suscitar de las palabras una forma de vivencia original y, al mismo tiempo, absolutamente monstruosa: la de la catástrofe del lenguaje, el cual ha renunciado a dar cuenta del mundo y trata, a cambio, de construirlo (pieza a pieza) de nuevo. LEER MÁS

LANÚS, PORCHIA Y LA VERDAD DE LA ASTILLA

Argentino como él, Alejandro Lanús utiliza la contradicción porchiana como método de investigación de aquello que le obsesiona: “Todo me habita, excepto yo”. Esta utilización técnica de la contradicción no solo encuentra verdades inéditas en los arabescos del lenguaje, sino que dinamita lo que consideramos como lógico para hacer ver las trampas de las palabras y el coto reducido que la lógica misma tiene sobre la realidad. “Las alturas bajan, subiendo”, decía Porchia, aquel hombre extraordinario que vivía con la misma gravosa austeridad su propia existencia y su relación con las palabras. LEER MÁS

FRAGMENTO VS. AFORISMO

El aforismo o el axioma defienden la inmediatez del objeto del conocimiento ante la conciencia (aunque su naturaleza sea oscura, como en Heráclito); la del fragmento establece una dificultad apriorística en la capacidad del sujeto por aprehender el objeto. La diferencia estriba en el verbo ser. Desde el punto de vista del conocimiento, el aforismo trata con la realidad de forma directa, conformando su idea previa de que existe un contacto inmediato entre el objeto de conocimiento y el sujeto que lo aprehende; mientras que el fragmento, indirecto, incompleto y dubitativo, oscila con respecto de la posición del sujeto ante su objeto. LEER MÁS