ENTREVISTAS


Claudio Magris: "Hay que abrir la tradición europea"

José Luis Trullo.- Además de su faceta literaria, Claudio Magris ejerce como profesor del Instituto de Filología Germánica de la Universidad de Trieste, y ha publicado numerosos ensayos sobre la cultura europea, entre los que destacan: El Danubio, L'anello di Clarisse y Trieste, una identità di frontiera. En esta entrevista, hace un examen de los fundamentos de la identidad europea y reflexiona sobre su futuro.

- La identidad cultural europea se constituye en base a su tradición, la cual se ha abierto poco a poco a una lectura más plural de su propia historia. En esta corriente de multiplicación de los vectores de la tradición, ¿qué futuro le espera al gran canon de la cultura oxtodoxo europea?

- Ciertamente, hay que abrir la tradición a la variedad, alejándose del escolasticismo y descubriendo líneas escondidas que han permanecido reprimidas por la simplicación histórica. Existen, sin embargo algunos puntos fundamentales en nuestra tradición que cabe no olvidar: fundamentalmente, el acento sobre el individuo, desde el pensa­miento griego en adelante, frente a la totalidad indistinta. Este es el núcleo fuerte de nuestra tradición. Pero, por otro lado, creo que no es preciso insistir demasiado en ella, puesto que yo me siento en su interior de un modo cómodo, casi natural; yo no hablo de mi familia, puesto que para mí es algo ligado a mí, algo propio. Resulta, en cambio, sospechoso, cuando se habla demasiado de ella: yo no sabría decirle nada esencial de mi mujer o de mis hijos. Es justo descubir las tradiciones paralelas, que existen indudablemente (y esto es una conquista de los últimos años) y que han realizado aportaciones valiosas a las personas, pero cabe no exagerar en este sentido: hay que potenciar el descubrimiento de las minorías culturales­, sin caer en el culto de lo excéntrico que rechaza la cultura heredada por el simple hecho de haberse visto sostenida por el consenso. No estoy de acuerdo con cierta revuelta periférica que se ha venido desarrollando contra la gran tradición europea, si bien insisto en que hay que matizarla con las aportaciones de las minorías. Hay que intentar relacionar en todo momento la particularidad gremial con la universalidad de la cultura.

- Siendo el individuo una categoría fundamental europea, resulta en cambio contradictorio observar el progresivo auge de las formas unificantes de la sociedad de masas (primordialmente, los medios de comunica­ción y la economía de mercado).

- En primer lugar, es indudable que en los últimos siglos se ha producido un gran progreso en la libertad de los individuos, siendo el respeto por la vida privada uno de los más esenciales, puesto que reconoce en la persona un haz de experiencias más allá de la pura dimensión ciudadana. En segundo lugar, el peligro que se deduce de este aumento de la privacidad es tratar de someterla a un proceso incons­ciente de nivela­ción de todo aquello que el individuo debería conservar de más particular. A mí, por ejemplo, me molesta que me pregunten algunos periodistas si escribo en tal o cual café, y de que modo esto influye en mis textos, puesto que todo ello pertenece a mi esfera personal.

- Pues, actualmente, la exhibición de la intimidad está a la orden del día...

- Me parece una falsa deforma­ción de las cosas el intento de transformar en una inmediata categoría cultural lo que es el momento vivido, el cual debe transfor­marse siempre en alguna otra cosa. Me parece bien liberarse de los tabúes, siempre y cuando no se incurra en un modo de movilización general. Por otro lado, considero el fenomeno de los mass-media como un progreso, y en este sentido rechazo la visión apocalíptica de los que creen que con ellos se han perdido las esencias de otros tiempos; pero ello no puede ir nunca en contra del individuo, obligándolo a exhibirse continua­mente. Este fenómeno se observa en la tendencia actual a leer todos los mismos libros; no soy un moralista, ni me desagrada el éxito popular, pero a mi no se me pasa por la cabeza leer un libro sólo por el hecho de que acabe de publicarse. Creo que, en ciertas circunstancias, estamos obligados a declararnos en rebeldía frente a la tendencia a la homogeneización de la cultura de masas.




- La cultura europea tiene ante sí un reto de grandes proporciones con el problema de la inmigración. ¿Cree que está preparada para entrar en diálogo con las nuevas culturas que las que va a tener que medirse? ¿Hasta qué punto es Europa capaz de integrar lo que es distinto a ella?

- Es cierto que, por un lado, Europa tiene un afan universalista que, sin embargo, ella misma ha traicionado con su política de colonización mundial. Pero no puede negarse que ha sido la única cultura que ha pensado en términos universales, aquellas "leyes no escritas de los dioses" que defendía Antígona. El encuentro con otras formas culturales (que debe producirse a todos los niveles, incluso en el de las costumbres) tiene que ser lento, armonio­so; si, en cambio, se vuelve violento y desordenado, aparecerán problemas enormes en la interrelación de los grupos. El problema de la inmigración no puede ocultarse, pero tampoco puede eliminarse con meras formas paternalistas: tan perjudicia­les son unas como las otras. Hay que reflexionar sobre los ritmos de adaptación, dejando de lado las falsas políticas indiscriminadas. La bomba que tenemos entre las manos puede estallarnos por un lado o por el otro, pero en ningún caso la integración debe realizarse a golpe de buenas intenciones. En este sentido, la unidad europea me parece necesaria, al menos para coordinar la política a seguir ante este futuro respecto al cual yo soy bastante pesimista.

- Sin embargo, la política común parece ser hasta el momento de corte claramente conservador.

- Sí, es cierto. No se trata de cerrar las fronteras, pero tampoco puede defenderse la opción contraria de máxima apertura, utópica e irrealizable en la práctica. Resulta más simpática, sin duda, pero es una insensatez: cabe armonizar los procesos que permitan organizar de modo racional los flujos migratorios que tienen la Europa desarrollada como punto de mira. Como decía Hegel, un corazón blando es tan nocivo para la razón como un corazón duro.

- ¿Hasta qué punto las culturas son matrices de valores universales?  ¿Cómo se abre paso lo universal en el seno mismo de la identidad particular? 

- Dante decía que "para nosotros, la cultura es como el mar para los peces". El amor a la propia cultura debe ser el trasfondo particular en el cual se realiza la universalidad. La cultura, que siempre es particular y no puede dejar de fijarse en términos concretos, debe abrirse al sentido universal que se encarna en ella. Hay que rechazar totalmente el amor idolátrico por la propia identi­dad, puesto que tras ella subsiste siempre una dimensión global. El amor idolátrico es precisamente la negación del amor. En todos los sectores de la vida, y especialmente en los que ponen en relación unos individuos con otros, unas culturas con otras, hay que rechazar la tentación de amurallarse.


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