DERECHO A CALLAR

Contra la política de la opinión que nos oprime hoy en día (hay que pronunciarse sobre todo, y en todo momento), hay que reivindicar el derecho a callar, vale decir: a no darse por aludido, a ser indiferente a ciertos temas, a pasar de la confrontación de los pareceres a la dialéctica de los argumentos. Tras la tolerancia aparente de las opiniones, existe un poso de incapacidad: la de dar y recibir razones, la de escuchar y hablar con respeto. Quizás un silencio con contenidos, meditativo y lleno de sentido, sería una dieta recomendable para no ser engullidos por el ruido mass-mediático que amenaza cuando pulsamos el botón del televisor o del móvil, o abrimos las páginas del (ya agonizante) diario en papel. LEER MÁS
EL TRANCE HIPNÓTICO DE LA VERDAD
Al hombre desencantado contemporáneo, su razón le dice que no es posible el milagro, su corazón dice “sí” a algo que su cerebro ha de decir “no”. La fe se convierte, pues, en un residuo, en la expectoración de un sentimiento desarraigado de su razón fundamental. Pero la verdadera paradoja es que la fe en el extravío es la única forma de romper el círculo de tensión inhumana que afecta al cristiano desencantado, al cristiano moderno. En este contexto, el Johannes de Ordet representa literalmente la salvación, pues en él se expresa la definitiva coherencia de un alma que no está enfrentada a su entendimiento, sino que incluye en él la experiencia de lo sublime. Ni siquiera Kierkegaard se veía liberado de esta fatal escisión. Su teología se resuelve en una apelación a lo sublime a expensas de la razón. LEER MÁS

EL ESPÍRITU DE LA BURBUJA
Imaginemos que la burbuja fuera el estado de la civilización occidental en su grado de máximo desarrollo. El sueño por el que se puso en camino y, paradójicamente, su desgracia como pura realidad. La burbuja sería entonces la realidad del sueño (ya no el sueño de la realidad: eso pertenecería al grado cero de la civilización). La burbuja: una superficie tersa, limpia y transparente, sin accidentes, sin aristas, perfectamente satisfactoria. Con la burbuja se consuma el proyecto de las luces: tener la cosa a-la-mano, despojada, reducida, anulada. ¿Pérdida de su valor de uso? Ni siquiera eso. La cosa útil no es cosa. La cosa es un territorio vacío, previo a la decisión del valor (de uso, de cambio y aún más allá: el valor es un topos humano que aplasta y llena el espacio de la cosa): no hay, ya, cosa, cuando hablamos de cosa. Hay hombre. LEER MÁS
LA CONDICIÓN JÁNICA DE LA MODERNIDAD
La Modernidad no se agota en el cumplimiento del programa ilustrado de conquista del mundo por la razón, aunque bien es cierto que ésta es su inquietud más visible. Por el contrario, aquello que le es de algún modo consustancial consiste precisamente en la imposibilidad efectiva de su consumación (y la noción de progreso es la coartada que pospone la clausura del proceso al infinito). Imaginemos entonces que la esencia de la Modernidad consista, no en la iluminación de las causas de lo real, sino en su escisión autoproducida: que la constitución de sus objetos indujera igualmente la nulidad de sus propósitos conquistadores en forma de antagonismo indisoluble. En tal caso, la Modernidad deviene la apertura del pensamiento a la oscilación de los conceptos (todo-nada, universal-particular, racional-irracional), de manera que todo incremento de la determinación lo es también de la atracción por lo indeterminado, la constatación de un fondo impreciso que se sustrae al cálculo. LEER MÁS
