En la penumbra del ser que vibra y habla: Poniente, de Miguel Veyrat


Manuel García Pérez.- Cuando el creador necesita enunciar lo que simbólicamente la realidad contiene, no estamos ante una querencia, sino ante la urgencia de esa querencia y la poesía es entonces el proceso de exorcismo.

Sucede que la poesía de Veyrat se caracteriza por esa habilidad chamánica que concibe el lenguaje como un complejo sensorial más allá de la realidad asumida como mundo inteligible. Veyrat trasciende la mímesis a través del símbolo que, en su origen griego, era un objeto partido por dos del que dos personas conservan cada uno una mitad.

Esa dualidad (mundo-lengua) vibra con una autonomía significativa en Poniente porque lo que rescata de esa realidad vasta e incontenible son percepciones que nuestro lenguaje ha elaborado como mundo único y aparentemente válido. Pero ese mundo, lo creado sin la escritura, está consumido por la parquedad de las palabras y los sentidos: “Mas si creemos que nuestro único sujeto / es el deseo y al mismo tiempo / nuestra esencia, querríamos ser el objeto / perdido y olvidar todo lenguaje” (pág. 100).

Solo si el poeta logra superar esa carencia, se consigue que el poema sea una experiencia por sí mismo. Y el empeño arduo de Veyrat es que cada parte del símbolo -realidad y lenguaje- se ha de consumir en un objeto único, renovado. Esa concepción genesíaca es inherente en versos como los que siguen: “Canto todo cuanto perdí, follaje oscuro o sueño / que desciende envuelto / en llameante rocío” (pág. 27).

Poniente manifiesta esa vinculante realidad del mundo sensitivo hacia el poema; los referentes están, pero se desvinculan de lo perceptivo una vez que aparecen. Veyrat necesita la exclusión del lenguaje común: “Más cierta será mañana / tu inmensa nada, / que la increada luz que brilla ahora” (pág. 39). En los márgenes apenas sobrevive lo real, lo conversable, lo que se deduce, pero se incorpora el balbuceo, la analogía, el neologismo. Es ahí, en lo último, donde se intuye la necesidad de otros mundos evocados para existir en la página del loco. Pascal Quignard celebra que la belleza es el dios detenido y Veyrat, consciente de su derrota, declara: “Un mito me pronuncia reluciente / en las fronteras del sueño” (pág. 42).

El asombro de lo poético para Gottlob Frege reside en que para un pensamiento que ha sido captado por primera vez por un habitante de la tierra encontramos un ropaje en el cual otro puede reconocerlo. Lo real no está ausente en la poesía de Veyrat, porque lo simbólico requiere que sea movido por algo sensible según Aristóteles. A partir de ese asunto movible, existe la palabra que, aunque no pueda contener lo que puede expresar, su incapacidad es suficiente para el asombro: “Lo que perdí sigue el combate. O férvida pupila” (pág. 27).

El discurso intercultural con referencias literarias, pictóricas y metalingüísticas que arraiga en Poniente o en La razón del mirlo cuestiona que el mundo cierto es la incertidumbre de quien crea. El poeta sabe en su misión que el símbolo es la anomalía, el accidente, la irracionalidad que crea un lenguaje análogo a la perplejidad y que, en el lector, también existe porque quien lee necesita asombrarse con otros mundos por evocar a sí mismo: “Cuando / todo calla gritan ellas / desde sus teas encendidas / en la captura del sujeto de luz negra. Y lo que tomamos / por aves se hunde en el monte / bajo como absortos / corazones, piedras carentes / de destino.” (pág. 80).

Miguel Veyrat, Poniente. Bartleby Editores, Madrid, 2012.






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