El nuevo puritanismo ilustrado


José Luis Trullo.- Al igual que el puritanismo religioso surgió para purificar la reforma anglicana de los vestigios del papado católico y romano, el nuevo puritanismo ilustrado cumple una clara misión histórica, cual es proporcionar al sujeto moderno un mundo expurgado de las diferencias contaminantes de la percepción.

Comoquiera que la modernidad se concibe a sí misma como un proceso de progresiva iluminación del mundo de los objetos (los cuales se configuran en cuanto tales a partir de la comprensión que realiza el sujeto de sus límites claros y distintos), el puritanismo ilustrado se revela como el impulso clarifica­dor de la razón humana para convertir el ámbito de las cosas en una red de identidades prístinas, todas diferentes entre sí y dife­rentes a su vez del sujeto que accede a su conocimiento. La tecnociencia es, en este sentido, el medio definitivo por el que el sujeto dispone en todo momento de un cosmos ordena­do y estable de objetos susceptibles de manipulación y control.

La tecnociencia es esencialmente puritana, pues se erige en garante del mundo de las cosas en tanto razón instrumental y se toma a sí misma como causa y consecuencia de la depuración del caos de las percepciones. Los saberes de la modernidad deben ser científicos y purita­nos, pues cumplen una función escrutadora de las tinieblas de lo real, tinieblas que se esfuman por acción de la luz de la explicación y la evidencia de su cumplimiento.

El puritanismo ilustrado participa de una dinámica general de la cultura moderna que, habiendo transformado el mundo de los objetos en un gran almacen de mercancias siempre disponi­bles, se exige a sí mismo velar por la integridad del sistema purificador.

La presencia del nuevo puritanismo ilustrado (que posee una relevancia civilizatoria y no se conforma con resolverse en los despachos y los laboratorios) se evidencia en todas las manifes­taciones de la vida cotidiana: en nuestras letrinas, en nuestras mesas, en nuestro cuerpo, en nuestro ocio, en nuestras cocinas.

Es la manía por el alimento integral, que es más sano aún que el alimento real, pues carece de sus efectos indeseables y nos proporciona más hierro, más calcio y más vitaminas que las que posee, en su suficiencia insuficiente, el propio alimento. El alimento integral no es en modo alguno íntegro, pues ha sido sometido previa y científicamente a los análisis dietéticos que traducen las sustancias en valores energéticos y proteínicos, de manera que el alimento pierde su valor de uso para adquirir un valor nutricional, calculable y operacional (de cambio).

Es la manía por la vida saludable, que es más natural que la vida de la naturaleza misma, llena de peligros y riesgos innecesarios. (En la civilización del ascensor, ahora existen aparatos que simulan el ejercicio de subir escaleras). Ese concepto puritano de la salud tiene muy poco que ver con el manoseado culto al cuerpo, puesto que ambiciona someterlo a la disciplina del orden y la preceptiva volumétrica del ojo: estar sano es parecerlo, ajustarse al ordo plástico que reduce el cuerpo a un mapa de accidentes legibles.

Es la manía por el entorno higiénico, desprovisto de todo tipo de gérmenes y agentes extraños al propio sujeto, el cual se siente más y más amenazado cuanto mayor es su poder destructor. La prueba del algodón es el límite contra el que se estrella la mirada, que no adivina siquiera los múltiples riesgos que alberga un humilde inodoro (la palabra es significativa: un mueble que evita percibir el olor de lo que más huele). Un espacio higiénico es un espacio sometido totalmente al canon racional de la salud y la pureza ambiental, libre de impurezas, totalmente aislado.

Es la manía por el sonido digital, más rico y perfecto aún que el sonido real (¿cuándo hemos podido escuchar en una sala de conciertos a las violas?), más satisfactorio aún que la audición de una orquesta real (¿cuándo hemos podido escuchar en un disco compacto la tos del director?), más cercano aún a la idea sonora que la propia ejecución, a la cual le faltará siempre el filtro tecnológico que transforma la escucha en recreación del poder de la ciencia contra la terca imperfección de la realidad (¿cuándo hemos podido escuchar una sinfonía en una habitación?)

Es la manía por los productos reciclables, que aparten de la vista el testimonio palpable de la resistencia de los objetos a ser completamente manipulables, consumibles y desechables. Nada más traumático para el puritano que la acumulación de basuras en su propia casa, pues le devuelven la imagen derrotada de su acto predador, de su fantasía devoradora. Reciclar es vencer definiti­vamente al objeto que se empeña en sobrevivir después de su uso: no se recicla para no dañar el medio ambiente, sino para demos­trarle que nos pertenece por completo.

En todos los casos, se trata de una batalla implacable del sujeto contra el mundo de las cosas, que se agita y conmueve bajo el peso pesado del uso y reclama una atención que cada día es más difusa, más etérea, más ambiental. Incluso se ha escrito que los objetos, borrados por acción del poder humano, ya no existen sino como residuo, como última protesta antes de ser definitivamente ingeridos por el sistema del consumo y el reciclado.

De la misma manera que la investigación microelectrónica se desarrolla en la llamada sala blanca, en la cual no ha entrado ningún cuerpo real que pueda perturbar la fabricación de objetos artificiales, el nuevo puritanismo ilustrado trabaja constante­mente, no sólo por dominar el mundo de las cosas, sino por tratar de eliminar los rastros de su crimen. De ahí que las institucio­nes públicas consideren como una prioridad absoluta implementar políticas para luchar contra los residuos, mientras se acerca el día en que puedan fabricarse objetos que no generen resistencia y se presten dócilmente al uso y consumo del sujeto ilustrado.

En el camino de la modernidad tecnocientífica por ajustar la totalidad de lo real a la medida del hombre, los objetos que nos rodean son la escena en la que se desenvuelve la penúltima batalla. Limpiar el entorno, higienizar la casa, depurarse el cuerpo de toxinas y virus, es el combate definitivo por someter la infinita variedad de lo real a las necesidades de un sujeto que, en su afán de integridad, sólo quiere contemplarse a sí mismo en el espejo deformado de una tierra purificada.



 El Aforista



LA CONDICIÓN JÁNICA DE LA MODERNIDAD 

La Modernidad no se agota en el cumplimiento del programa ilustrado de conquista del mundo por la razón, aunque bien es cierto que ésta es su inquietud más visible. Por el contrario, aquello que le es de algún modo consustancial consiste precisa­mente en la imposibilidad efectiva de su consumación (y la noción de progreso es la coartada que pospone la clausura del proceso al infinito). Imaginemos entonces que la esencia de la Modernidad consista, no en la iluminación de las causas de lo real, sino en su escisión autoproducida: que la constitución de sus objetos indujera igualmente la nulidad de sus propósitos conquistadores en forma de antagonismo indisoluble. En tal caso, la Modernidad deviene la apertura del pensamiento a la oscilación de los conceptos (todo-nada, universal-particular, racional-irracional), de manera que todo incremento de la determinación lo es también de la atracción por lo indeterminado, la constatación de un fondo impreciso que se sustrae al cálculo. LEER MÁS


EL TRANCE HIPNÓTICO DE LA VERDAD

Al hombre desencantado contemporáneo, su razón le dice que no es posible el milagro, su corazón dice “sí” a algo que su cerebro ha de decir “no”. La fe se convierte, pues, en un residuo, en la expectoración de un sentimiento desarraigado de su razón fundamental. Pero la verdadera paradoja es que la fe en el extravío  es la única forma de romper el círculo de tensión inhumana que afecta al cristiano desencantado, al cristiano moderno. En este contexto, el Johannes de Ordet representa literalmente la salvación, pues en él se expresa la definitiva coherencia de un alma que no está enfrentada a su entendimiento, sino que incluye en él la experiencia de lo sublime. Ni siquiera Kierkegaard se veía liberado de esta fatal escisión. Su teología se resuelve en una apelación a lo sublime a expensas de la razón. LEER MÁS


DERECHO A CALLAR

Contra la bulimia de la opinión que infesta las redes sociales y los medios de comunicación, hay que reivindicar el derecho a callar, vale decir: a no darse por aludido, a ser indiferente a ciertos temas, a pasar de la confrontación de los pareceres a la dialéctica de los argumentos. Tras la tolerancia aparente de las opiniones, existe un poso de incapacidad: la de dar y recibir razones, la de escuchar y hablar con respeto. Quizás un silencio con contenidos, meditativo y lleno de sentido, sería una dieta recomendable para no ser engullidos por el ruido mass-mediático que amenaza cuando pulsamos el botón del televisor o del móvil, o abrimos las páginas del (ya agonizante) diario en papel. LEER MÁS



 Macrofilosofía de la Modernidad