Reynaldo Lugo, novelista: 
"Escribir es un paso hacia la superioridad"


- ¿Cuándo comenzaste a escribir?

- Podría decir que en los años sesenta; pero sería falso. En esa década mis propias experiencias humanas de adolescente que vivía una convulsión social me hicieron sentir el poder de las artes y en especial el de la literatura. Acababa de conocer ambas cosas. Lo primero que vi en un teatro fue Fuenteovejuna y lo primero que leí, El Quijote. Entonces, la cultura, en su sentido creativo, se apoderó de mí, haciéndome creer que tenía el don de la palabra escrita y que esa era un arma contra los enemigos de clase.

Tuve la dicha de un entorno muy especial en que había una meta colectiva de superación personal. Leíamos con avidez. De todo. Desde los autores rusos del realismo socialista que nos inundaron con su literatura y que no imitamos; los clásicos de todo lo que fuera clásico y trascendente, incluida la Divina Comedia en una edición bilingüe ilustrada que era el tesoro de nuestra biblioteca y así, hasta llegar a nosotros mismos. De eso se encargó la profesora de literatura en el Instituto; una poetisa que crió a su sombra una camada de chicos que nos llamábamos poetas entre nosotros mismos y nos publicábamos nuestros poemas y relatos en una revista con un nombre muy de vanguardia: La Mosca Profana.

Soy cubano ciento por ciento y no reniego de la experiencia revolucionaria que marcó profundamente a un par de generaciones. Negar el pasado es una traición a uno mismo. Por esos años vivía en la piel de un personaje de novela, dentro de un sueño de aventuras y con un código extraño, que provocaba que nos deslumbráramos con todo lo que fuera fruto de un pensamiento superior. Era el virus de la creación. Y sudando esa fiebre no resultaba difícil creerme un escritor.      

-  ¿Cuándo empezaste a publicar?

- Podría decir que sólo cuando pude apartar de mi mente la epopeya y ver las cosas desde la individualidad, asumiendo las  propias ideas y una responsabilidad con la verdad, que fue transformándose, como todo, hasta llegar a ser mi verdad. Pero también sería falso. Publiqué antes de ese momento como periodista y se editaron recopilaciones de mis artículos. No sé si fue el periodismo lo que me dio la capacidad de valorarme a mí mismo y de saber que no bastaba con ordenar en el párrafo el sujeto, el verbo y el predicado. El hecho es que algunos trabajos que pude publicar entonces terminaron en la caja de las viejas fotografías.

Recuerdos de un ayer. Ciertamente, a pesar de que la sintaxis era correcta, no había escrito nada que fuera propio; siempre existía un sospechoso olor ajeno y todo encajaba dentro de un patrón que ocultaba mi voz al fondo de un coro dirigido por un señor con malas pulgas. Después de una cura de mar a fines de los ochenta y principios de los noventa, en tanto realizaba documentales para la televisión, apartado de lo que no fuera la maravilla del archipiélago cubano, fue que pude verme a mí mismo en el espejo que ya reflejaba otra  realidad y me dije lo que los curas en las bodas: “Habla ahora o calla para siempre”. Publiqué rozando los últimos días del milenio.

- Descríbenos brevemente tu trayectoria literaria.

Fue un inicio sorpresivo. Y podría ser una historia demasiado larga. Un día decidí escribir una novela que explicara cómo yo entendía la germinación en Cuba de un socialismo autocrático en lugar de una democracia popular. Más bien concebí hacer una trilogía que abarcara desde la insurrección armada contra el dictador Fulgencio Batista, pasara por el momento climático que fuera la ruptura definitiva con los Estados Unidos y la declaración el estado socialista y llegara hasta la Crisis de los Misiles. Cuando comencé a trabajar en la investigación histórica no tarde en darme cuenta que pretendía hacer una radiografía del capítulo más caliente de la Guerra Fría. Y me percaté de que la Revolución originaria devino campo de batalla entre los americanos y los rusos. Entonces, proyecté y escribí Palmeras de Sangre.

Palmeras, por obra y gracia del Espíritu Santo, llegó a Mondadori y allí dijeron que recibirla había sido “el sueño de todo editor”. Se publicó en español a finales del 2000 y tuvo otras dos ediciones en italiano en años sucesivos: una en tapa dura y otra en una  colección de bestsellers.

En el año 2000 yo seguía en Cuba y la novela fue presentada en la Feria del Libro de La Habana por Leonardo Padura, quien afirmó que Palmeras marcaba el antes y el después de la literatura policial cubana, que fue un fenómeno de masas que dejo para la próxima entrevista. Mondadori, que había proyectado una buena promoción, la llevó en la vanguardia de sus títulos a la Feria de Franckfurt, dijo que podría ser vista en el cine, que apostaba por el género y negoció con el agente literario Andrew Wyllie, de Nueva York, la representación en otras lenguas. La crítica fue abundante y excelente, incluyendo la de El País, que publicó una entrevista a toda página. Es ése el momento en que el director editorial de Mondadori me preguntó si quería publicar con ellos la segunda novela de la saga. Y firmé otro contrato sin haber escrito una palabra, lo que me hizo decidir, entre otras razones, venir a España para abrirme camino como novelista; pero he tenido que abrírmelo como cualquier inmigrante. Poco después, Mondadori perdió el impulso, inexplicablemente. Sólo recientemente el segundo tomo de Palmeras ha sido publicado por Cultura Binaria, una joven editorial electrónica. Espero que me alcance el tiempo para escribir el tercer tomo.


Tengo otra novela, también de tema cubano, en camino de ser publicada y el año pasado fui el premio del Concurso Internacional de Relatos Policiacos de la Semana Negra de Gijón; ya antes había recibido un accésit. En este mismo momento, intento incursionar en la literatura española. Trabajo en dos proyectos de novela simultáneamente: una que se desarrolla en Castilla siglo XVI y otra que construyo a partir del testimonio de un inmigrante salmantino a principios del XX.  

- ¿Cuál ha sido tu última obra publicada? 

Se titula El príncipe que leía el Tarot y soñaba con mujeres, publicada en 2011 por dos editoriales pequeñas pero de las buenas, de las que se prefieren arruinarse antes de vender sandeces: De la luna libros y lf Ediciones. Llegué de Cuba con el proyecto de esa novela bajo el brazo y tardé seis años en terminarla. Es literatura cubana, a pesar de que el tema es español con balcón a la calle. Soy rápido y hubiera podido tenerla en un año o dos a lo sumo; pero ya dije antes cómo me he abierto paso. Y aclaro que no me arrepiento, ahora tengo mejor puestos los pies sobre la tierra.

- Háblanos de ella.

Hablaré, pero sólo lo necesario para que alguien piense que no perdería su tiempo leyéndola. Es una novela que podría parecer histórica por sus personajes reales todos, pero es más bien psicológica y  está salpicada de amores y odios. No deja de ser un thriller, aunque sólo para calzar lo que tiene de psicológico. Se desarrolla en Cuba y Miami entre los años 1937 y 1938. Su único protagonista es  Alfonso de Borbón y Battenberg, el Príncipe de Asturias que fue obligado a renunciar a la sucesión al Trono de España por su matrimonio con una cubana durante el exilio de Alfonso XIII y la Familiar Real tras el triunfo de la República. Más tarde, Alfonso niega la validez de su renuncia, encuentra referencias desconocidas en la democracia norteamericana y tropieza en La Habana, tras su divorcio, con la oportunidad de regresar a la España de la Guerra Civil, de espaldas a su padre, y mediar en el conflicto armado. Es una narración ciertamente irreverente y polémica, que indaga en las entretelas de la monarquía española y alcanza la intimidad del pensamiento de un personaje olvidado por la historia, o simplificado en el mejor de los casos; alguien que se hunde en las más enajenantes pasiones, roído por el resentimiento y la cuota de culpa que creía tener en aquella guerra fratricida.

- ¿Qué consejo le darías a un joven que empezase a escribir ahora?

Que nadie nace escritor y que sólo se aprende a capar cortando huevos. Que en la actualidad la globalización y el control de las sociedades por los mercados financieros son peores que la Inquisición. Ninguna novela vale nada para Standard & Poor’s si no sale a bolsa. Ahora, cada vez más, los lectores se hacen elementales de entendimiento y cada vez se lee menos. Ni los estudiantes de filología de las universidades se interesan por asistir a la presentación de una novela y prefieren reservar los veinte euros para el botellón. Las grandes editoriales tienen suficiente con los autores que ellas mismas convierten en vacas sagradas o con los libros del tipo cómo hacer que tu mujer no te riña, o los escritos, entre comillas, por famosos entrecomillados, que son creados por los programas del corazón mientras que las editoriales con corazón se arruinan. Quien comience a escribir ahora debe saber que hacer literatura  en el mundo en que vivimos puede ser, ante todo, un paso individual hacia la superioridad humana, hacia una visión creativa del sentido de la vida y un escudo contra la influencia nefasta de la mediocridad galopante. Tiene que estar dispuesto a ensayar y errar y a repetir el ciclo sin esperar a que sus trabajos se publiquen. Debe entender que crear historias y personajes lo acerca al papel de Dios y es mejor ser Dios de uno mismo que ser uno en quien nadie crea.  Lo demás es, sobre todo, muchas horas de culo.