Gotas de luz: el árbol y la poesía


Libros al Albur acaba de publicar la antología El árbol en la poesía española del siglo XX, un ebook gratuito que incluye decenas de poemas sobre esta bella temática. León Molina, el poeta y aforista cubano residente en España, ha escrito un emotivo prólogo como invitación a su lectura y disfrute, que reproducimos con la autorización del autor.

León Molina.- Un libro que tiene como centro poemas de poetas españoles del siglo XX en los cuales aparecen los árboles. Una buena idea, sin lugar a dudas. Porque en el árbol se dan cita diversos elementos que entroncan con el quehacer poético; el árbol como elemento central del paisaje inspirador, como rica fuente de metáforas de la vida y la muerte, el tiempo, la resistencia, el fluir de lo que existe, la belleza y sus caras… y el árbol también como presencia en sí mismo, como sujeto de la belleza viva y cambiante de la naturaleza y su poder de diálogo con el poeta.

La sensibilidad de los poetas y su poder demiúrgico para expresar el mundo con las voces del lenguaje hacen el resto y nos ofrecen la visión de la vida entre boscajes.

Chopos de música verde
van con el agua; la llevan
de un eterno manantial
a una claridad eterna.

En el comienzo de este libro nos topamos con estos versos de Juan Ramón Jiménez que sirven de pórtico a toda la poesía que se irá desgranado a lo largo de sus páginas: el árbol como mediador de lo eterno, como fuerza que mantiene el discurrir del universo. Y a partir de aquí, y enmarcada en esa amplitud, se abren las voces de los poetas.

En la luz celeste y tibia
de la madrugada lenta,
por estos pinos iré
a un pino eterno que espera.

Un pino eterno entre los otros pinos esperando, un pino que siendo eterno, está vivo y morirá. El nombre de ese pino es “hombre” y el poeta paseando en la dulce claridad del amanecer, lo sabe.

La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.

El rumor del bosque no es más que una intensificación del silencio, la materia prima del poema. Los árboles hablan sin decir nada. El poeta los entiende. Y transcribe para todos su voz.

Espero el desprenderse de mí el verso
como el árbol de otoño
espera el desprenderse de la hoja.

Cumplido el ciclo, las hojas se desprenden del árbol y caen para reintegrase al mundo de otro modo. Caen cuando no les queda más remedio que caer. Cuando han adquirido el color de los poemas.

Antes de mi muerte, un árbol
está creciendo en mi tumba.

¿Hay para todos nosotros  un árbol señalado que, desde nuestra muerte, se lanzará al lento desarrollo de nuestro olvido? Si no es así debiera serlo. No habría mejor metáfora para el ser metafórico.

oh, sí, la vida es como un bosque.

A veces, las verdades luminosas son verdades de cajón. Una de las habilidades del poeta es ver lo que está a la vista, aquello que la fatiga de la mirada con frecuencia esconde. Y la vida, sí, es como un bosque. Observar el bosque y desgranar sus atributos es observar la vida.

Míralo todo bien una vez más.
Sin lágrimas aprende
la honda lección de vida quieta, oscura.

La vida lenta y silenciosa de los árboles es como nuestra vida, pero como esa parte de nuestra vida que se esconde por debajo del accidente y la apariencia. Esa verdadera vida, que como también dijera el poeta, está ausente.

Y es cierto, pues la encina ¿qué sabría
de la muerte sin mí?

Como nosotros aprendemos del árbol, el árbol aprende también de nosotros. El árbol tiene su lugar en la rueda de la inteligencia. La rueda que a ambos nos eleva y nos acaba.

El dolor verdadero no hace ruido:
deja un susurro como el de las hojas
del álamo mecidas por el viento.

El ruido, el griterío del mundo, son distracciones. Lo que funda nuestra existencia es ese “susurro” que nos enfrenta a nuestra condición mortal. Toda belleza esconde reflejos de dolor.

Yo sé que morirás, que moriremos
en la niebla y a la luz de nuestros bosques
recorridos por las yeguas salvajes
a cuyo galopar todo responde.

Yeguas salvajes galopando por el bosque que alumbran nuestra muerte. Metáfora que nos dice, que nos anuncia, que deja constancia de la trágica belleza de nuestro paso por el mundo.

El bosque es el camino del rayo.

La iluminación, al fin y al cabo. El brillo cegador que se propaga, mejor que en ningún otro sitio, en las umbrías silenciosas.

descubrir en los árboles
la semilla del fuego

La semilla de la consumación, que es también la semilla de la destrucción, el poder de acabamiento que guarda en su interior todo lo que un día tuvo comienzo.

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales

La profusión del árbol como exceso, como desenfreno, como torre que un día irá dejando caer sus sillares deshaciéndose, como nuestros sueños, como nuestra vida.

Todo el árbol
Irguiendo está su ansia de la raíz al canto.

Nadie mejor que el poeta sabe que nacimos para cantar. Que desde nuestra semilla estamos llamados a ser canto, aunque el canto sea de olvido. El árbol nos enseña que la existencia es un decirnos y luego callar en brazos del olvido.

olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

El constante y renovado ciclo del árbol nos conduce a la aspiración de la esperanza. El bucle de la vida que apreciamos en las hojas renacidas nos llama, nos pide que vayamos con ellas, que dejemos libre el paso a la savia que duerme en nuestro interior.

El árbol viejo calla,
no tiene hojas
pero tiene un misterio
que da otra sombra.

Lo que se ve y lo que no. Lo que está y lo que no está. Lo vivo y lo muerto. El árbol lo muestra todo. El árbol siempre habla. En él nuestros ojos pueden leer lo que no está escrito en parte alguna.

El ciprés, junto a la alberca,
velando a la luna muerta,
me está llamando:
Ven, ven…

Con sus mágicos pinceles, la luz dibuja el cuadro del porvenir, el final que no debemos olvidar y que envuelto en sus colores, el árbol nos recita. El árbol y la luna muerta. Y nosotros.

Al silencio le abrí,
y olivo del silencio
es el cuerpo que vivo.

Árbol interior, de las colinas trasplantado a los bancales del alma. El árbol prestando su tenaz madera al poeta que lo riega de silencio. El silencio fructífero y resistente solo puede sostenerse en el agrietado tronco de un olivo.

Fatalidad de la raíz.

No queda más remedio que ser. Somos. Crecemos. Seremos el árbol de nuestro devenir.

al árbol de la vida presa, el cielo
te da la libertad.

No hay bosque sin cielo. En él se dibuja y cumple. Si contemplamos el árbol, es porque también estamos contemplando su cielo. A él nos arroja. A él nos entrega con sus brazos poblados de rumores.

Escribir es como la segregación de las resinas.

Esta es, por fin, la enseñanza de los árboles para el poeta. La poesía como lento goteo de la gracia que la vida segrega. La tenacidad, el silencio. La nueva vida que solo puede surgir de la vida misma y con sus mismos materiales. La gota de luz como una lágrima de resina que resbala de nuestro tronco.

En las páginas que siguen, lector, podrás penetrar en la arboleda de los poetas, que es el la arboleda de todos. Que los hados del bosque te sean propicios.


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