Raoul Frary, nacido en Tracy-le-Mont (Oise) el 17 de abril de 1842 y fallecido en Plessis-Bouchard (Val-d'Oise) el 19 de abril de 1892, fue un profesor, periodista y ensayista francés que intervino en la educación y la política de su tiempo con numerosos escritos en diversos periódicos y revistas parisinos. Redactor-jefe de La France y colaborador de la Revue Bleue y XIXéme siècle, Frary escribió, además de este Manual del demagogo, dos libros bien conocidos en su tiempo: El peligro nacional (1884) y La cuestión del latín (1885). En el primero indagó las consecuencias de la derrota francesa ante la Prusia de Bismarck en 1870 y en el segundo se opuso a la entonces indiscutible hegemonía de la enseñanza del latín en el sistema educativo francés.
La edición del Manual del demogago que acaba de publicar Sequitur recoge una parte elegida del Manuel du Démagogue, obra que fue publicada por primera vez en 1884 (París: Librarie Léopold Cerf). Este Manual es un compendio de los defectos intrínsecos de la democracia escrito con tanta seriedad como ironía. El autor finge recibir la carta de un padre que solicita consejos prácticos para el triunfo de su hijo en política. Frary satisface su demanda entregándole un pequeño tratado para conducir al pueblo (“demagogia” en su sentido etimológico), habilidad necesaria para quien pretenda cursar con éxito la carrera de honores. En el vademécum para políticos que es el Manual del demagogo, Frary desarrolla desde una perspectiva elitista la que llama “doctrina demagógica” y describe las pasiones populares que, como la esperanza y la envidia, juzga imposibles de satisfacer, pero cuya satisfacción al menos sí es posible prometer.
Raoul Frary gozó de fama en su época, como muestran no sólo las distintas reediciones de sus libros, sino la traducción al alemán de este Manual del demagogo (Handbuch des Demagogen, Hannover, 1884), una versión que leyó Friedrich Nietzsche y que le ayudó a fraguar su teoría de la envidia y el resentimiento expuesta en Genealogía de la moral. Según la teoría nietzscheana, inspirada también en parte en los antiguos griegos, así como en Tocqueville y Dostoievsky (Memorias del subsuelo), las multitudes democráticas actúan impulsadas por la envidia al desear la nivelación de las diferencias sociales. En un intento finalmente baldío de reparar la ofensa mortal del sentimiento de inferioridad, proponen el reparto de los bienes y las ventajas como una forma de venganza bajo capa de justicia1. Respecto a la impronta del Manual del demagogo¸ parece que en especial influyeron en Nietzsche el capítulo tercero del libro I, “La tradición revolucionaria”, y el capítulo sexto del libro II, “La envidia”. El primero desacredita las figuras de Descartes y Rousseau, sobre todo el olvido de la multiplicidad humana en que incurre este último al analizar al hombre como concepto abstracto2. El segundo explica cómo la demagogia transforma el vicio de la envidia en una virtud, sacándola de los rincones vergonzantes en que cuchicheaba sobre los bienes ajenos para llevarla a la plaza pública, donde hoy día truena orgullosamente reclamando sus derechos.
El Manual del demagogo trae, en las alas de su estilo brillante y lleno de contraposiciones, un agudo estudio psicológico de la conducción política de multitudes. En todo sistema político basado en la opinión pública, parece decirnos Frary, el político debe conducir al pueblo no adonde aquel juzga que debería ir, sino adonde este desea ser llevado. Tal suerte de pleitesía insincera sería la marca del demagogo, empeñado menos en lograr el bien de la comunidad que en mantener su ventaja personal. Frary muestra cómo el oficio de demagogo es muy antiguo aunque haya cambiado de título, de tal forma que supone sólo una pequeña evolución del cortesano del Antiguo Régimen. Así como los cortesanos se dedicaban a cubrir de halagos al monarca para que este los elevara a su mejor consideración y los mantuviera en sus encopetados cargos, nos dirá Frary, así esos nuevos cortesanos que son los demagogos del Nuevo Régimen adulan al pueblo, que es el nuevo soberano, con el mismo propósito de alcanzar rentas y honores que antaño. Sin mencionar, también es cierto, ninguna de sus virtudes, todas las carencias morales y políticas de la democracia son aquí expuestas y exageradas en caricatura genial por la pluma aguda del autor.
Partiendo del carácter nacional francés moldeado por su historia reciente, Frary desvela y señala las vergüenzas que juzga derivadas del principio de representación democrática: el papel rector de la multitud que en cualquier otro aspecto de la vida suele someterse al criterio de los pocos que saben (“los hombres de Estado sometidos al juicio del gentío”), la reducción de los argumentos basados en conocimiento complejo a poses y eslóganes que explotará la propaganda (“actitudes y frases”), el mercadeo intensivo del periodo electoral (“adular con mayor arte”)… Si a esas marcas objetivas del predominio del actual soberano llamado pueblo, aquejado de tantos caprichos y veleidades como los viejos señores del castillo, se une la legión de candidatos dispuestos a agradarle debido a los beneficios que conlleva su voto, tenemos por resultado los rasgos más llamativos de la política basada en el sufragio que el autor llama demagogia: la confusión de la igualdad política con la igualdad social, la lisonja jabonosa al elector, la fe fingida en la religión, pero también en el progreso y en la ciencia, la explotación del patriotismo y otras bajas pasiones, la pintura versicolor de un futuro sin nubes…; todo un retablo de ilusiones fingidas cuyos detalles más humorísticos no nos ahorra este tan desenvuelto como desengañado libro escrito entre veras y bromas por un idealista disfrazado de cínico.
MIGUEL CATALÁN
Filósofo, escritor y profesor universitario
1 Remo Bodei, Destinos personales: la era de la colonización de las conciencias, Buenos Aires: El cuenco de plata, 2006, p. 210.
2 Giuliano Campioni, Nietzsche y el espíritu latino, Buenos Aires: El cuenco de plata, 2004, p. 59.